El día de su boda, una asesina profesional (Thurman) sufre el ataque de algunos miembros de su propia banda, que obedecen las órdenes de Bill (David Carradine), el jefe de la organización criminal. Logra sobrevivir al ataque, aunque queda en coma. Cuatro años después despierta dominada por un gran deseo de venganza.
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Parece mentira que una película donde la sangre fluye más que el agua pueda haber sido embellecida tan brillantemente.
La historia es simple, una mujer quiere vengarse de quienes mataron a su hija non nata y a las pocas personas que le importaban. La cosa se pone a otro nivel si añadimos que tanto ella, como los asesinos, son expertos en técnicas samuráis.
Quentin mezcla de manera genial un montón de recursos artísticos, mucho más allá de emplear el blanco y negro para disimular el rojo de la sangre; lo adapta a la acción, y no solo el blanco y negro, si no la pelea entre siluetas negras bajo un fondo azul brillante, la acción que se toma en segundo plano tras una fuente de agua que se rellena y se vacía, emplear anime para contar una historia al más puro estilo anime, la introducción de la cultura japonesa, la banda sonora perfectamente adaptada a la situación...
Lo mejor que tiene este director es que no se deja guiar por los esquemas tradicionales ni por lo que parece bueno o malo, él cuenta su historia como sabe, como ha aprendido, como se la imagina, como puede quedar mejor. Y lo consigue.
Lo peor que se puede decir de esta película es que está incompleta, y debemos ver obligatoriamente el Vol. 2 para conocer el desenlace final.
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