Por fín una película que trata desde dentro el juego de los juegos, sin estereotipados sujetos tomando vodkas con Martini, o era al revés, con lujosos coches, hermosas mujeres y sofisticados prototipos.
Un despacho de la CIA en Langley, (Virginia), y media docena de personas que dirigen a un buen número de agentes desplegados por todo el mundo, para hacer lo que haya que hacer por a saber qué espurios intereses.
Y una vez fuera del glamoroso ambiente, bajamos a la tierra, al polvo de la realidad de personas que se juegan la vida sabiendo el porqué o no de su sacrificio y su trabajo. Y Tony Scott lo refleja perfectamente, la relación casi paterno filial entre un viejo espía y su agente principal de campo, y mientras está ocupado toreando a sus compañeros de despacho, monta una misión con todos sus recursos para salvar la vida y rescatar a su agente. Quizás la muy manida técnica del flashback está ya muy vista, sobre todo en lo que se refiere a un Redford en el que sus arrugas en Vietnam le delatan al mantener las mismas treinta años después, pero Tony Scott la utiliza para explicar a los contertulios y al espectador cómo fue la relación entre maestro y pupilo a lo largo de los años en esa profesión que poco tiene que ver con el glamour y sí con el juego sucio, con las letrinas del poder, con lo que es media docena de veces secreto.
Buena dirección, gran actuación de Robert Redford que compensa la más floja de Brad Pitt y Catherine McCormack, para este buen thriller de espionaje.
Notable, 7.