Miniserie de TV (2018). 4 episodios. Explora las consecuencias de un tiroteo que ocasionó la muerte de un repartidor de pizza. La detective Kip Glaspie (Mulligan) se niega a aceptar el asesinato como un acto de violencia al azar, y está decidida a descubrir si hay una verdad más oscura detrás.
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Serie de cuatro capítulos de una hora de duración donde destaca la idiosincrasia británica que se postula a todos los niveles, desde la Iglesia Anglicana a la Iglesia Católica, con su diferente vara de medir, resaltando las necesidades sexuales de sus miembros que procuran ocultar a la sociedad, hasta el auténtico pavor de los ataques terroristas y la actuación del MI6, servicio de inteligencia británico, que hace lo que sea necesario para conseguir información, perdurando el viejo honor del decaído Imperio británico y su ejército de ocupación en medio mundo, su legislación contra la inmigración y su política de permisos de trabajo y visados y, por último, la clase política británica y su Policía con su legendaria costumbre de no llevar armas de fuego, que ya para eso tienen al ejército y unidades armadas especializadas.
Todo se inicia con el asesinato de un repartidor de pizzas y una investigación sobre el mismo que a todas luces parece un callejón sin salida para resolverlo, y donde todo lo anteriormente señalado en mi comentario se incardina en esa enrevesada investigación que conduce Carey Mulligan, una actriz a la que hay que seguir, sin duda.
Final cerrado, que ya es importante en una serie de este tipo, aunque el pulso narrativo del director S.J. Clarkson es demasiado lento y plano.
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