"Crea un mundo onírico que fascina más por la idea que por su desarrollo"
Daniela Forever es, ante todo, una película de ideas. Nacho Vigalondo se atreve con un relato de ciencia ficción romántica que se adentra en el territorio de los sueños lúcidos, el duelo y la obsesión amorosa, y lo hace con una premisa muy potente: poder reencontrarte con el amor perdido cada noche, aunque solo sea en un sueño que quizá acabe devorándote.
El arranque es brillante por su concepto y atmósfera: un laboratorio que permite revivir los recuerdos, un tono a medio camino entre la melancolía y el humor absurdo, y una fotografía que diferencia hábilmente la realidad (áspera, cuadrada) del sueño (más nítido y digital). Sin embargo, el guion no siempre logra mantener el equilibrio entre ambas dimensiones. La trama se dispersa, y el componente emocional se diluye entre las reglas del experimento y los giros más conceptuales.
Vigalondo sigue siendo fiel a su sello: ciencia ficción de bajo presupuesto con alma filosófica. Pero aquí la emoción pesa menos que la idea, y el propio universo onírico —por muy original que sea— termina por volverse repetitivo. Henry Golding sostiene bien el papel, aunque a veces su personaje resulta demasiado esquemático, y Beatrice Grannò cumple más como símbolo que como persona real.
Aun con sus irregularidades, Daniela Forever tiene momentos de auténtica inspiración visual y un trasfondo sobre la aceptación de la pérdida que resuena. Es una película que no siempre convence, pero que se agradece por su riesgo, su originalidad y su intento de mirar el amor desde el limbo de los sueños.
Lo mejor: la idea de controlar los sueños como forma de terapia emocional.
Lo peor: la distancia emocional que impide conectar del todo con la historia.
Nota: 6/10.