Tercera entrega del thriller de espías por antonomasia, siguiendo la línea de los dos precedentes. Para mí no es ninguna secuela, es una continuación de una historia que ideó Robert Ludlum y que en mi opinión, sigue inacabada.
Paul Greengrass coge las riendas de esta continuación como ya hizo con la anterior, con esa inconfundible manera de manejar la cámara en las escenas de acción, manteniendo unas persecuciones de infarto sorpresivas y unas coreografías en los enfrentamientos directos dignos del mejor director de orquesta, donde todo está estudiado.
Mantiene los personajes supervivientes, con un Matt Damon totalmente identificado con el papel de Bourne, con un David Strathairn más que digno oponente dentro del organigrama de la CIA y su obsesión por cerrar los programas secretos, cuyo único punto débil sigue siendo el amnésico que se le escabulle de entre los dedos una y otra vez a pesar de echarle encima todos los medios humanos y tecnológicos con los que cuenta, que no son pocos, y además, se saca de la manga una aliada dentro de la agencia, como ya se insinuaba en la entrega anterior, de la mano de Joan Allen, y una colaboradora que al parecer tuvo algo más que una aventura con él y que heredamos de las sucesivas entregas con un papel más significativo, como el personaje representado por Julia Stiles.
Nuevas sorpresas con una muy bella factura, a la altura de las precedentes. Sobresaliente, 9.