Un drama romántico con tintes bélicos el que nos regala en el gran Raoul Walsh, que aprovecha el marco de la II Guerra Mundial para narrarnos las vivencias de media docena de soldados y sus mandos desde que llegan al campamento como meros reclutas para aprender a ser soldados y jugarse la vida en las múltiples guerras que los propios americanos provocan o en la que son involucrados.
Aunque el fantasma de la guerra flota sobre las dos horas y media de película, sobresale el drama romántico de unos chicos arrancados de sus casas, sus familias, sus trabajos, sus novias y sus vidas, y que sobreviven gracias al compañerismo y a la sapiencia de sus oficiales, con sus errores y sus aciertos en el amor, porque aún estando en la guerra, la vida continúa en casa, en tu país, en tu familia, y lo mismo que las relaciones románticas se producen en tiempos de paz, también se producen en tiempos de guerra.
Los que realizamos el Servicio Militar Obligatorio nos vemos reflejados en estos jóvenes arrancados de sus familias, dejando sus identidades en la puerta de los cuarteles mientras te forman para sobrevivir, para luchar por tu país en caso de necesidad, para que acaricies los vicios mundanos si aún no lo has hecho, y para formarte como soldado durante al menos un año de tu vida en la que eras secuestrado legalmente por tu país.
Destacar las interpretaciones de Van Heflin y Aldo Ray, entre otros, que luego fueron secundarios en muchas otras películas, ellos y ellas, porque ellas son tan protagonistas en este drama romántico como los soldados, todos ellos bajo la batuta de Raoul Walsh, el genio del parche en el ojo.
Notable, 7.