Las excelentes críticas y la obtención del Oscar a la mejor película de habla no inglesa picaron mi curiosidad por ver esta película, y sobre todo, las maravillas que se hablaban de un director debutante, como László Nemes.
Cuando nos hablan de campos de concentración y del holocausto judío a manos de los nazis principalmente, se te vienen a la cabeza imágenes recordadas y conocidas por todos de aquella matanza desenfrenada y de la sed de sangre de Hitler y los nazis.
El director húngaro por el contrario, deja en segundo plano todo el horror, escuchamos los gritos de terror, los lloros de los niños y las mujeres, los ladridos de los perros, pero no los vemos en ningún primer plano, no vemos los detalles del horror, de la miseria y de la muerte que infringieron los nazis al pueblo judío, y no como un intento de enmascararlo ni mucho menos, porque se huele el miedo, nos llega el desagradable aroma de los cuerpos muertos, el humo de los huesos y la carne calcinada, el hedor de la impotencia y la injusticia.
Y todo ello lo expresa con la cámara al hombro fijando el objetivo en la nuca de Saúl, en sus primeros planos de su cara mientras difumina todo el horror que ocurre a su alrededor mientras las víctimas siguen en segundo plano, ajenas a Saúl y a los que estamos expectantes viendo el relato, sorprendidos, acongojados, como terceros indignados e impotentes a la muerte que nos rodea, a la injusticia de esas muertes.
Tendrá Nemes también muchos detractores, se abrirán tertulias de lo que significaba el hijo de Saúl y la actitud del mismo, su cabezonería por encontrar un rabino y evitar que su cuerpo fuera quemado con el resto de las víctimas, su obsesión por ello aunque sus acciones perjudicaran al resto de los que como él se dedicaban a llevar a las duchas a sus correligionarios, y luego a limpiar y apropiarse de sus pertenencias de los gaseados.
A mí personalmente me ha gustado su apuesta por hacer cine de autor y sacarnos de lo ortodoxo, y le seguiré la pista a este húngaro debutante.
Notable, 8.