El rey del western, probablemente el mejor director de cine que ha existido, allá por 1962 rodó en blanco y negro el western que ponía fin a una era, a una forma de hacer cine, a un género donde fue el mejor sin discusión, y además dejó la pincelada de cómo acabó el salvaje oeste de la ley del más fuerte, de las grandes extensiones de pastos, de las llanuras y los pieles rojas, por el imperio de la ley, por la política parlamentaria, por las votaciones, por las grandes ciudades y el ferrocarril, por el progreso, por la construcción de una nación, por la integración de negros y blancos con la escena del whisky para su fiel amigo negro en la cantina de los blancos, por el final de una época y el principio de otra.
John Ford ya había sobrevivido a dos guerras mundiales, había rodado películas de prácticamente todos los géneros conocidos desde el cine mudo al más novedoso y moderno color. Aquí se despidió del western, del género que le hizo famoso y le dio más alegrías, y para ello eligió el blanco y negro, y no la hizo muda porque aún le quedaban muchas cosas por decir, porque el político tiene muchas cosas que decir para acallar el sonido de los disparos, donde de una mentira, de una vox populi, surge una leyenda.
Fiel a su estilo, con su actor de siempre, John Wayne, ese del que dijo que le contrataba por su físico, que le sorprendió que supiera actuar, bien secundado por James Stewart, con dos actores de Champions como le gustaba a él para repartir el protagonismo y los roles, y la chica, siempre la chica guapa y atractiva que pone en jaque a sus protagonistas, aquí una más que femenina y luchadora Vera Miles, y su pléyade de secundarios de altura, siempre carismáticos y eficaces, siempre al pie del cañón y ganándose sus escenas, siempre recordados, siempre con su nota de humor ante la rudeza de las historias, siempre presentes. Y destacar también algo que le preocupaba, la integración racial, la igualdad entre negros y blancos, con otro de sus carismáticos actores esta vez de raza negra, Woody Strode, al que le dió el papel principal en "El sargento negro".
Réquiem por un género que Ford amaba, por un Oeste que le enamoraba, por un pasado que le subyugaba y que tan bien retrató en sus obras de arte, que se multiplicaron y que son de todos conocidas, hasta de los más jóvenes cinéfilos. Género que desde "Sin perdón", vuelve a ser apreciado, ahora gracias a uno de los que fueron sus máximas estrellas después de Ford y protagonista de aquéllo que se llamó "spaghetti western", con Sergio Leone en la dirección y con Clint Eastwood como su máxima estrella.
Eterno John Ford. Eterno el western.
Sobresaliente, 9.