Londres, años sesenta. Laura Quinn (Demi Moore) trabaja en la London Diamond Corporation, la principal empresa de diamantes del mundo. Es una ejecutiva volcada en su trabajo, pero siente una enorme frustración al comprobar cómo su carrera se ve obstaculizada por el machismo dominante. En esas circunstancias, decide aliarse con el señor Hobbs (Michael Caine), un veterano y modesto empleado del servicio de limpieza que le asegura que tiene un plan perfecto para dar un golpe espectacular que no dejará rastro alguno.
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Mucho más brillante el resultado del plan, que el guión y la ejecución del mismo, exento totalmente de brillantez. Este pretencioso plan de robar en la fuente del mercado de diamantes mundial no es más sorprendente porque el cerebro del mismo es el trabajador más humilde del cotarro, uno de sus limpiadores, y por la extrema sencillez de su plan, perfectamente ejecutado más si pensamos dónde oculta dos toneladas de diamantes con tan aparente sencillez.
Aunque un tanto lenta y falta de alma en comparación a otras películas de grandes atracos con una gran alharaca de medios, glamour y extravagantes máquinas que ayudan y preceden a su ejecución, Michael Radford apuesta por un sencillo y efectivo plan donde el ejecutor es un veterano y tullido Michael Caine, un anciano al que le cuesta trabajo andar y levantarse, ayudado por la única mujer de este emporio con puesto ejecutivo, algo que sigue pasando en nuestros días aunque la película se ubica en los años sesenta del siglo pasado, una "retocada" Demi Moore.
Ni punto de comparación el savoir faire de un actorazo como Michael Caine comparado con su partenaire, una Demi Moore que nunca llegó a ser un gran actriz y que siempre se apoyó en su físico y en su belleza angelical, incluso apoya en la dulzura del tono de voz de la actriz de doblaje que le presta cierta candidez que le va de perlas al personaje.
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