El anime, una vez más, explorando fronteras que aún no están al alcance del cine convencional. Esta vez, una tierna y conmovedora reflexión sobre la identidad, que rompe arquetipos con la sutileza de los viejos cuentos.
Si estás buscando una serie de esas que enganchan, llenas de cliffhangers que te dejan cada capítulo con la necesidad de saber qué viene después, quizá ésta no sea tu serie. A dos metros bajo tierra es una historia para disfrutarla poco a poco, como las buenas novelas, para dejarte envolver por su atmósfera y conquistar por sus personajes. Es una serie para, después de convertirte sin querer en un miembro de esa familia, después de conocer todos los recovecos de su personalidad, de ver su evolución, aprendiendo a aceptarlos tras no haberlos entendido, a quererlos después de haberlos odiado, permitirte a ti mismo llorar con un final tan bello y tan crudo como la vida misma, sin duda los diez minutos más emocionales que he visto en la pequeña pantalla. Y es que la grandeza de esta serie es como, con maestría, utiliza la muerte para retratar la vida. De los pocos dieces que otorgaré.